La historia de Valentina: mendigar para salir del infierno de la calle

En pleno centro de San Francisco, la joven pide dinero para poder comer tanto ella como su hijo. Detrás de ese acto se esconde una historia de marginalidad, consumo y sueños destruidos. Pero también un pedido de ayuda para dejar la calle.

Programas - El Periódico 27/01/2020

San Francisco es una ciudad de luces y sombras - aunque suene a obviedad-. Más allá de su pujanza industrial, su polo educativo, sus calles y plazas, generalmente limpias, cuando se acaban las luces led de los bulevares, entre las sombras, se mueven otro tipo de historias de vida tajeadas por la marginalidad, la pobreza y la discriminación.

Valentina Castagno está metida en esta realidad. Tiene 26 años, una delgadez extrema que le cala hasta los huesos y un rostro surcado de marcas a causa de terribles experiencias. Su mirada triste y a veces perdida lo reflejan. Se la puede ver todos los días en el centro, sobre todo en las esquinas de Pellegrini y 25 de Mayo, o Mitre y el bulevar central. Allí, entre los automovilistas que aguardan la luz verde pide una ayuda para poder comer tanto ella como su hijo de 10 años, según cuenta.

A Valentina la encontramos el pasado martes mientras merendaba junto a su niño en el Hogar de Cristo que funciona en El Comedor de la Virgencita -Lamadrid 822- en barrio Parque, y al que asisten personas con problemas familiares y de adicciones. En este espacio buscan alejarse, al menos por un rato, de la virulencia de las calles.

“Mi vida es una mierda, pero la lucho por mi nene. Estoy sin trabajo, tengo que salir a mendigar para poder comer y comprar las cosas que necesita, lo hago todo por él”, sostiene con firmeza.

Refiere que las primeras veces que salió a pedir sentía mucha vergüenza, pero asumió que no le quedaba otra. Era eso o volver a prostituirse, una etapa que transitó duramente en algún momento de su vida pero que según ella pudo dejar atrás. “No me quedó otra que hacer frente a la realidad para poder comer yo y mi nene”, insistió.

“Hay mucha discriminación en la calle cuando te acercás a pedir pero también hay otra gente que te da una mano a pesar de todo y agradezco mucho eso”.

Todos los días pasa más de tres horas por la mañana y otras tantas por la tarde para conseguir el dinero que le permita comprar alimentos.

“La calle está difícil, hay otras personas como yo pero hoy por hoy no me queda otra. Muchas veces me insultaron por pedir, a veces los que más tienen son los que más te discriminan”, sentencia.

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