Oscar Francia, la historia detrás de un personaje de San Francisco

Oscar es uno de los vecinos más reconocidos de la ciudad, al que se suele ver caminando siempre vestido muy elegante. Pero pocos conocen su historia.

Programas - Historias 15/12/2019

“Los jóvenes de ahora son pocos los que me dicen algo, no me dicen cosas feas. Pero los de veinte años pasados, cuando vine acá, sí. Me hicieron la vida imposible”. Sin dudas que la ciudad era otra cuando Oscar Francia llegó a San Francisco desde Luxardo, aunque nació en Freyre, hace ya más de 25 años. El hombre sabe que es uno de los personajes de la ciudad, que su vestir siempre elegante llama la atención. Y eso le generó algunos comentarios de “gente envidiosa”, como él califica, a las que no les lleva el apunte porque no lo merecen. Eran otros tiempos, pero la adaptación no fue fácil.

“Creían que yo venía de lo más alto de Buenos Aires. Y yo me críe entre las vacas, adoro los animales y dormía la siesta entre los terneros. Después la mayoría me fue diciendo ‘Oscar perdonanos porque pensábamos que eras una cosa y sos otra’”, cuenta.

A sus 68 años, ya se siente cómodo en San Francisco. Recibe a El Periódico en su casa de barrio San Martín con un impecable traje gris. A la hora pautada, él espera en la puerta del domicilio. Se define como alguien “muy humilde” al que siempre le gustó la “pilcha” y estar bien arreglado, pero que también tiene un perfil solidario, sobre todo colaborando con el Cottolengo Don Orione desde hace más de 20 años.

Siempre caminando

A Oscar se lo suele ver caminando sin prisa por las calles, haciendo diferentes mandados para conocidos o, como dice él, haciendo “vida de jubilado” en los bancos de la Plaza Cívica. Suele elegir el bulevar 9 de Julio por ser menos transitado que el 25 de Mayo. Tenía una bicicleta, pero se la robaron hace poco tiempo.

Asegura que sufre problemas de ansiedad, aunque ahora está mejor en ese aspecto. “No puedo estar quieto, siempre tengo algo que hacer. Soy una persona que tiene que hacer algo de dos horas y yo quisiera en cinco minutos ya hacer todo. Pero ahora estoy más tranqui”, explica Oscar en la charla.

También se reconoce muy inquieto y que si bien le gusta salir de su casa, a la tardecita temprano ya tiene que estar de regreso. “A la mañana, y también a la tarde ahora en verano, yo tengo que salir. Y si no tengo nada que hacer me voy a sentarme al banco de la plaza a hacer vida de jubilado. Por ahí estoy aburrido y le barro la vereda a los vecinos”, narra.

No le interesa lo material

Se instaló en San Francisco en febrero de 1994 junto a su familia, tras largos años viviendo en el campo. A su infancia la recuerda como una época muy feliz. “A pesar de ser muy pobres cómo éramos tuve una niñez feliz, de eso no me puedo quejar”, subraya.

Este vecino asegura que las cosas materiales le importan poco y que no es alguien ambicioso. No es de usar mucha tecnología y ni siquiera tiene celular. “Siempre me gustó la pilcha, lo demás nada de nada”, dice.

“Me siento una persona muy humilde, pero lo personal siempre me gustó, no es algo malo, más cuando uno es grande. Veo gente joven abandonada totalmente y eso no lo puedo aceptar yo. Tengo que estar bien puesto, limpio, afeitado, bien peinado y vestido. Se puede hacer”, reconoce.

Ayudar

Si bien ocupa su tiempo con su trabajo haciendo mandados, no deja de ayudar en el Cottolengo con distintas tareas. Recuerda que como la gente, al llegar sobre la hora, preguntaba por las hojas con los rezos, así se propuso ser él quien las entrega fuera de la iglesia.

“Si me dicen que una persona está enferma, pienso en cómo ayudarla. Con plata u otra forma no puedo, pero voy al Cottolengo y luego la gente me agradece por hacer que se los diga en una misa y por la recuperación. Me siento tranquilo con eso”, detalla.

También, en la medida de sus posibilidades, colabora en campañas solidarias. “Junto tapitas para ayudar y he llegado a escuchar que dicen que debo estar cirujeando. Si lo estuviera haciendo no me importaría, porque no es un deshonor”, relata.

Otra época

De sus años de juventud recuerda también con alegría los bailes en Bomberos, a los que iba todas las semanas y en donde se presentaban artistas como Tormenta o Sandro. Confiesa que en aquellos años su forma de ser no era tan aceptada como hoy. “No soy una mala persona, los chicos de ahora no me dicen nada”, resume.

En la charla con este medio, varias veces elogia a su familia y a sus siete sobrinos, entre ellos el futbolista Juan Pablo Francia. Destaca que ellos nunca le hicieron comentarios sobre su forma de ser o de vestir. “Me respetan, jamás me dijeron por qué esto o por qué aquello. Ellos entienden. No puedo cambiar”, concluye.

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